Para justificar su inexperiencia y disfrazar sus evidentes divisiones internas, los diputados y diputadas de Morena dramatizan y se hacen los ofendidos. No pudieron ganar la presidencia de la Mesa Directiva del Congreso del estado y ahora denuncian un supuesto “agandalle”, “un robo artero”, “una vil traición” cometidos presuntamente por sus propios compañeros de legislatura. Arguyen que había un acuerdo político para que en el último año de la LXII LEGISLATURA, los morenos se quedaran con la presidencia. Pero no aceptan que por su torpeza, fracturas internas y por proponer a una diputada que no contaba con el consenso del resto de los legisladores cavaron su propia tumba. Al explicar su derrota omiten hacer un mínimo de autocrítica.
En el clímax de su histeria han amenazado con acudir ante autoridades jurisdiccionales para denunciar el imaginario atropello.
Los legisladores de Morena tienen todo el derecho de inconformarse, de rasgarse las vestiduras, están ejerciendo su derecho al pataleo. Pero más allá de la catarsis que se expresa a través de descalificaciones, amenazas y teorías del complot, la dura realidad es que fueron derrotados en buena lid y con base en la ley. Poco podrán hacer para revertir una decisión ya tomada por la mayoría de las y los diputados. Sus arrebatos de ira pueden ayudarles a expulsar la bilis que envenena su alma, pero están condenados al fracaso. Palo dado ni Dios lo quita. Consummatum est.
A los legisladores devotos de la Cuarta Transformación se les olvida que la regla de oro en la democracia es la voluntad de las mayorías. Y así fue como resultó electa la diputada Vianey Montes Colunga (del PAN) y derrotada la candidata de Morena, la diputada Alejandra Valdez Martínez. Los números de la elección son contundentes y no dejan lugar a dudas: Montes Colunga obtuvo 17 votos en tanto que Alejandra Valdez sólo consiguió 8 sufragios. Así funciona la tiranía de las mayorías.
En este episodio de la vida parlamentaria se puso en evidencia una vez más la incapacidad del diputado Edson Quintanar quien como operador político dejó ver sus limitaciones. No pudo con el paquete. También fuimos testigos de la falta de respeto al Poder Legislativo por parte del representante del presidente López Obrador para los programas sociales, el célebre Gabino Morales, quien eructando frustración y actuando como oficioso coordinador parlamentario de Morena se subió a la tribuna de las descalificaciones afirmando que los diputados “fueron gandallas”. Y por más que haya dicho que hablaba como “ciudadano” y no como funcionario, es de camaleones que quiera despojarse de la investidura que le acompaña como representante del gobierno de la república. Su conducta fue pendenciera al adjetivar a los diputados. Se le olvida al súper delegado que el Congreso del estado es un poder autónomo que se rige por sus propias reglas. Nada justifica que un funcionario federal de primer nivel se entrometa de manera imprudente, así sea discursivamente, en la vida interna de un poder del estado. No es una buena señal que un funcionario de su alcurnia ande de picapleitos.
Por otro lado pudimos por enésima ocasión confirmar el caos que impera en Morena. La ausencia de acompañamiento y coordinación entre Edson Quintanar y Sergio Serrano (presidente estatal de éste partido) así lo evidenciaron. Nunca se pusieron de acuerdo para sacar adelante la elección de la diputada Alejandra Valdés. Es proverbial la pugna que hay entre estos dos líderes. Confrontación que además es promovida y festejada por el propio Gabino Morales.
En fin, como dijo el clásico: “Haiga sido como haiga sido” el resultado es que Morena sufrió una derrota política.