En el periodo 1933-1980, periodo de tiempo en el cual fuimos gobernados por presidentes de profundo sentir nacionalista y acendrado fervor revolucionario (aunque estos términos fueron desechados del vocabulario político), además de no enriquecerse con el erario nacional, y que decidieron vivir como dijera el benemérito Juárez, en la honrroso medianía social que da la retribución del servicio público.
Hombres de la talla histórica de Don Lázaro Cárdenas, Don Adolfo Ruíz Cortines o el inolvidable Adolfo López Mateos, México creció a las envidiables tasas pro¬medio anual del 5.8 % de 1939 a 1958 y del 7.1 % de 1959 a 1970, similares a las que presentan China y la India en la actualidad.
Tal crecimiento se vio reflejado en el bienestar de la población de nuestro país a través del aumento del PIB per cápita (es decir lo que cada persona produce en promedio) que creció a una tasa promedio anual de 3.2 % de 1934 a 1972, que permitió que el ingreso per-cápita en 1970 fuese superior al que tenemos en la actualidad, no obstante que el PIB en 1970 era de 100mil millones de US Dólares y en la actualidad es de 1 Billón 300 mil millones de US Dólares, es decir 13 veces el país es más rico, pero los mexicanos más pobres.
Este enorme crecimiento de México fue originado dos causas fundamentalmente: En primer lugar, por la implementación de políticas activas, como la substitución de importaciones, los precios de garantía al consumidor y al productor (que retornan con el nuevo gobierno), los apoyos a la formación de capital y la educación en verdad laica, gratuita y obligatoria, políticas que en los últimos 6 sexenios, no solo estuvieron en desuso sino despreciadas y vilipendiadas por la clase gobernante. Políticas activas que fomentaron exitosamente la industrialización, elevaron la demanda de trabajo y el salario real de los trabajadores.
En segundo lugar, por el crecimiento de una clase media urbana que demandaba cada vez más bienes y servicios y dinamizaba el proceso de industrialización. En una palabra, el crecimiento económico experimentado por México durante estas cuatro décadas se explicó por el crecimiento del mercado interno.
Abandonadas por Echeverría estas políticas, no obstante su retórica populista, que falseaba en su demagógica palabrería y falsas posturas de política gubernamental, su entrega a los grupos de interés dominantes. Para el comienzo de los 80, la economía mexicana enfrentó una situación de inestabilidad macroeconómica y un gigantesco problema de deuda externa que obligaron al gobierno de Miguel De Lamadrid y después al de Carlos Salinas, a insertar a nuestro país en un apresurado proceso de apertura y liberalización económicas, bajo el argumento de que las exportaciones y las inversiones extranjeras generarían un rápido crecimiento.
Al amparo del Consenso de Washington, las reformas emprendidas incluyeron: apertura económica al exterior, y no es que fuese mala la apertura comercial, lo fue cuando los gobiernos neoliberales entreguistas la acompañaron de: desregulación de la inversión extranjera, control del déficit fiscal, adelgazamiento del estado y privatizaciones, eliminación de subsidios a la formación de capital y a la demanda agregada, reformas a la seguridad social y flexibilización laboral, control salarial para abatir la inflación, así como la privatización disfrazada de la educación básica (cuotas de paterfamilias) y aplaudidas como el gran salto en la educación superior (se trataba de que solo las clases dominantes se educaran, o quien puede pagar $80,000 el semestre). De esta manera México adopta un “Nuevo Modelo Económico” que se desarrolla específicamente en nuestro país como un Modelo Industrial Exportador de ensamble (maquiladoras), contrario al impulso a la producción que habíamos desarrollado.
Sin embargo, es de reconocer el éxito que este nuevo modelo tuvo en la promoción temporal de las exportaciones y la estabilidad de precios que hoy gozamos, y que ha contribuido al crecimiento del PIB, no ha sido de igual manera para el bienestar de los hombres y mujeres de nuestro país.
El cambio de modelo no pudo evitar la pérdida del poder adquisitivo que venía experimentando el salario en nuestro país desde finales de la década de los setenta; ni las reformas asociadas al Tratado de Libre Comercio (TLCAN) tuvieron el impacto deseado en cuanto a la convergencia salarial entre México y Estados Unidos.
En 1980 el salario manufacturero en México representaba un 39% de salario pagado en Estados Unidos mientras que en el 2007 éste sólo representó un 17%, es decir, un 53 % menor que hace 30 años. Más aún, en 1990, el salario mínimo en México, medido en dólares, representaba 9 veces el salario en China, país paladín de las maquiladoras por sus bajos salarios, 15 años después ésta cifra se redujo a tan solo a 2 veces y se aproxima a 1.
Llevamos más de treinta años en la implementación del Modelo Industrial Exportador, que se construye a partir de aportación de mano de obra barata, con poca aportación de conocimiento, escasa profundización tecnológica y desintegración de la producción nacional. Mientras que, el modelo adoptado por Brasil, Rusia, India y Chinas (los denominados BRIC´s, países de enormes recursos naturales y gran población) se han orientado exitosamente hacia el mercado interno (no obstante que sobre todo China inicio su apertura comercial con un modelo similar al nuestro), a partir de un gran mercado en términos de población, una amplia base industrial nacional, desarrollando una pujante clase media con creciente poder adquisitivo.
Los gobernantes Neoliberales (por fortuna erradicados), decían que México debió en los 90s especializarse en la producción para la exportación utilizando mano de obra no calificada. Al incrementarse las exportaciones el uso intensivo del trabajo (mayor oferta mayor precio) incrementaría los salarios. Este aumento en la productividad reasignaría los recursos permitiendo su orientación hacia actividades con mayor uso de tecnología. Bajo este esquema una mayor inversión en el factor humano generaría una espiral virtuosa de incrementos salariales, poder adquisitivo, fortalecimiento del mercado interno, crecimiento y consecuentemente bienestar para toda la población (excelente catedra que envidiaría Stuart Mill).
La necia y terca realidad contradijo a la teoría de los neoliberaloides mexicanos. No solo no crecieron las remuneraciones al trabajo, sino que creció la desigualdad, el día de hoy el 20% de la población más rica percibe el 73% de la riqueza generada en el país, mientras un 60% recibe en 26%, somos un país con porcentualmente pocos pero muy ricos (no olvidar que 15 de la lista Forbes son mexicanos), y muchos pobres.
Por estas razones muchos mexicanos votamos en el retorno de aquellas buenas épocas, y creemos que con el retorno al poder de un presidente con acendrado nacionalismo y profundo amor patrio retomaremos el rumbo. Recuerde que quienes iniciaron la nueva política económica fueron gobernantes que traicionando principios, fueron profundamente antinacionalistas, entreguistas de la riqueza nacional, se maridaron a la que fue su oposición. O alguien distingue la política salinista o zedillista de la de Fox, Calderón o la del gobierno de Peña Nieto. Además urge en lo económico, sin abandonar el mercado exterior, impulsar el mercado interno.
Pero recuerde. Ud. tiene la mejor opinión.
(Datos tomados del Texto. “Fortalecimiento del mercado interno un Proyecto de nación” ITESM Campus Edo. De México).