- Cuidemos lo que tenemos, empezando por las palabras y los conceptos.

- Las crisis son temporales, la estabilidad (precaria o plena, no importa) es lo permanente.

Por Rogelio Ríos
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¿Qué palabra usar cuando “crisis” ya no sirve para definir lo que sucede en México y el mundo?

Hablar de crisis es, por definición, referirnos a un suceso natural o humano, individual o social, con carácter temporal en contraposición a un estado de normalidad (ausencia de crisis) constante.

En el diccionario Oxford Learners encontramos una definición breve y útil: “la crisis política se define como un momento de gran peligro, dificultad o confusión en el que deben resolverse problemas o tomarse decisiones importantes”.

Para la Real Academia Española, crisis es “un cambio profundo y de consecuencias importantes en un proceso o en una situación, o en la manera en que estos son apreciados”.

Visto así, la noción de crisis evoca dos cosas: un cambio para volver a la situación anterior o, en otro sentido, llegar a una situación nueva, independientemente de si es mejor o peor que lo que existía.

Lo importante, en mi opinión, es resaltar la temporalidad de la crisis como la esencia del concepto. Hay un ciclo en que se desenvuelve la crisis, llega a su cumbre y termina al regresar a lo normal o internarse en lo recién creado.

Por eso me pregunto: ¿qué hacemos cuando las situaciones de gran peligro, dificultad o confusión no son temporales, sino permanentes? ¿Qué concepto usamos en lugar de “crisis” cuando ya no hay nada normal o constante a lo cual volver?

El ejemplo clásico es el de “Crisis de Medio Oriente”, de la cual he escuchado hablar siempre con el sentido de urgencia y de catástrofe inminente entre árabes e israelíes y en medio de la inevitable intervención de las grandes potencias.

No vayamos tan lejos. Aquí mismo, en México, desde mi tierna infancia hay devaluaciones, crisis financieras, casos de gran corrupción entre políticos y gobernantes y siempre, pero siempre la presencia del crimen organizado y la inseguridad pública.

“Crisis permanente en México” se convirtió en un oxímoron, la figura retórica que consiste en usar dos términos de significado opuesto para formar una expresión de sentido nuevo, por ejemplo, “un silencio atronador”, nos dice la Real Academia Española.

La utilización indiscriminada del concepto “crisis” para nombrar a cada uno de los problemas públicos en nuestro país lleva a otro oxímorones de uso común entre periodistas y analistas: por ejemplo, los mexicanos han llegado a “normalizar la violencia”.

Salta a la vista que no hay nada “normal” en un ambiente de violencia general como el que vivimos los mexicanos. La violencia es anormal. “Normalizar” los actos violentos es simplemente impensable, aun cuando se use el término de manera afín a “acostumbrarse”.

Podemos seguir con el catálogo de oxímorones mexicanos (mi favorito es “amor eterno”, cuando todos sabemos que el amor eterno dura seis meses, a lo mucho), pero me detengo en el de “crisis permanente”.

¿Qué opciones hay para superar el laberinto conceptual en el que nos hemos metido? Si lo permanente es la violencia, ¿la paz es lo efímero y deberíamos hablar de “crisis de paz” entre la placidez de la violencia permanente?

Es una tarea para filósofos y eruditos de la lengua castellana. Lejos de mí tan temeraria idea, diría Don Armando Fuentes Aguirre “Catón”.

Por lo pronto, cuidemos lo que tenemos, empezando por las palabras y los conceptos: las crisis son temporales, la estabilidad (precaria o en plenitud, no importa) es lo permanente. Los caballos van por delante de la carreta, no atrás.

Sólo le aceptaría al poeta español Miguel Hernández su genialidad al fundir en un verso lo fugaz con lo eterno: “El rayo que no cesa”.