- Si no se entiende la racionalidad del poder como lo concibe AMLO, mucho menos se podrá combatir su quehacer político.

Por Juan Palacios
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En días pasados leía el artículo de uno de los más destacados intelectuales del país, quien citaba el llamado principio de Hanlon: “Nunca atribuyas a la maldad lo que se explica adecuadamente por la estupidez” haciendo referencia a las reformas enviadas por el presidente López Obrador al Congreso y sus posibles consecuencias.

Luis Rubio se pregunta ¿quién gana con eso?, es decir, con la situación de inestabilidad que crearía la aprobación de las reformas planteadas por AMLO, especialmente la que se refiere al Poder Judicial.

Durante todo el sexenio la comentocracia del país, la que no está alineada a Morena, ha insistido en el hecho de que López Obrador ha concentrado el poder, que su principal obsesión es precisamente eso: el poder y ahora resulta que hay quien se pregunta a quién beneficia una situación que restringiría el poder a su sucesora. ¡Por favor!

Creo que parte del problema de este sector de la comentocracia consiste en el hecho de que el paradigma dentro del cual realizan sus análisis parten del supuesto de la existencia de un ser humano estrictamente racional.

Es una mirada que, como lo ha explicado Macario Schettino, proviene del proceso que desemboca en la Ilustración, un paradigma según el cual el ser humano toma sus decisiones con base en un análisis de costo beneficio, proceso considerado racional, algo que ya la propia ciencia económica ha desestimado y premiado a quienes mostraron que muchas de nuestras respuestas tienen que ver más con lo emocional que con lo racional, Daniel Kahneman obtuvo el premio Nobel de economía gracias a sus investigaciones en estos rubros.

De ahí que parece no causar ningún tipo de disonancia entre este grupo de analistas el hecho de, por un lado, se señale la concentración de poder personal, no institucional, de un personaje como AMLO, utilizando para ello toda suerte de acciones que van en contra de la lógica de ese mítico ser racional, mientras que por el otro se espere que al final actúe con una lógica del todo distinta, priorizando el bienestar del país por encima de sus objetivos e intereses.

Supone esta fracción de la comentocracia que la racionalidad es la máxima expresión de la humanidad, por lo menos en lo referente al gobierno, tal y como lo pone de manifiesto el propio Rubio al citar a Talleyrand señalando que “más que un crimen, sería un error”, es decir, resulta peor equivocarse que ser criminal.

Cuando leo este tipo de análisis me pregunto si las personas que viven en el día a día buscando la sobrevivencia estarán convencidos de que resulta peor la reforma del Poder Judicial a no tener un pan en su mesa y, creo, que la respuesta debería resultar obvia, más aún, sospecho que la mayoría de los ciudadanos ni siquiera tienen interés en el Poder Judicial porque, salvo alguna situación fuera de su normalidad, jamás tendrán que enfrentarse a una situación en la cual este poder esté involucrado.

El punto es que quizá precisamente debido a esa incomprensión de la “racionalidad interna” de la política seguida por AMLO, una incomprensión al parecer compartida por los partidos de oposición, es lo que explicaría el apabullante triunfo de Morena en las pasadas elecciones.

Si no se entiende la racionalidad del poder tal y como es concebido por López Obrador, mucho menos se podrá combatir su quehacer político, independientemente de que, dada la fuerza institucional que este ha acumulado, difícilmente habría en su momento alguien que se le pudiera enfrentar.

Al final es más fácil hablar de la necesidad de hacer caso a un factor como lo será, indudablemente, el mercado, que entender la lógica de quien tiene unos objetivos y unos valores que quedan fuera del paradigma de la actual comentocracia, pero ello no ayuda a entender, mucho menos a enfrentar políticamente, a este tipo de personajes.

Resulta al final, parece, más importante decir ¡se los dije!, que buscar la forma de prevenir este tipo de situaciones, en fin.