- No me explico cómo AMLO es capaz de injuriar, insultar, difamar y hacer burla del prójimo un día sí y otro también.

- Esto, sin que cause resquemor o dudas a sus fervientes seguidores. Eso no es de cristianos.

Por Rogelio Ríos
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Concedo, de entrada, que la pregunta que da título a esta columna es retórica: ¡claro que puede serlo! De hecho, no habría presidente de cualquier país del Continente Americano que no entrara en la categoría de “pecador”.

La reflexión que quiero hacer va en otro sentido de la interrogante: si “pecador” no es necesariamente sinónimo de “delincuente”, pero sí es una acusación que impediría moralmente a cualquiera acceder a un elevado cargo público al mando de naciones enteras, ¿por qué los ciudadanos y, sobre todo, los ciudadanos creyentes en una fe o religión lo permiten?

“No hables de religión ni de política”, aconsejaban los abuelos, “y te llevarás bien con todos”. Hay una conexión permanente, sin embargo, entre el sentimiento religioso y la orientación política que sirve para delinear el contorno ético de los servidores públicos: no puede ser buen gobernante quien no es buena persona. No debe ser un “pecador” (una denominación religiosa para un ofensor o delincuente), por lógica, quien pretenda gobernarnos.

En México, hablar del cruce estrecho entre religión y política es incómodo tanto para gobernantes como para ciudadanos. La fe, se dice, corresponde al ámbito privado, no al público. Vivimos en un Estado laico.

Estoy de acuerdo con eso, pero no del todo. En lo que respecta al individuo, no hay manera de separar el interior de una persona en compartimentos aislados que funcionan en horarios y espacios separados. No se es un político de 9 de la mañana a 5 de la tarde y, el resto del día, un evangélico piadoso (o católico, judío, musulmán, etcétera). Dios no tiene horarios de trabajo.

No nos hagamos ilusiones: la religión y la política no están separadas en las personas. Un hombre que miente, roba y traiciona como gobernante o representante popular lo es igualmente como hombre de fe. Pecador o delincuente, un hombre es malo o bueno moral y éticamente hablando.

En Estados Unidos, el caso de la condena reciente por abuso sexual a Donald Trump (acusado por la escritora E. Jane Carroll) es apenas una muestra de lo que digo: el político adorado y financiado por sectores conservadores evangélicos es un “pecador” que atentó sexualmente contra una mujer, según lo reconoció un jurado en una corte civil norteamericana.

¿Reconocerá ese sector conservador y puritano de estadounidenses que han apoyado hasta el momento a Trump como el “pecador” que es, lo amonestará y le retirará su apoyo? Lo dudo por completo.

En nuestro país, desde 2018 tenemos en el gobierno lo que el analista Bernardo Barranco llamó “el primer presidente evangélico de México”. Recordemos que Andrés Manuel López Obrador y sus hermanos Pío y Martín fueron criados en la fe evangélica en su natal Tabasco, lo cual es perfectamente normal y aceptable.

La invocación frecuente de pasajes bíblicos y otras referencias religiosas en público durante sus conferencias “mañaneras”, la reivindicación de una supuesta superioridad moral y de su honestidad impoluta, es una muestra palpable de que en su discurso López Obrador mezcla indistintamente religión y política.

Por tanto, no me explico cómo es capaz de injuriar, insultar, difamar y hacer burla del prójimo un día sí y otro también en sus “mañaneras” sin que esto les cause resquemor o dudas a sus fervientes seguidores. Eso no es de cristianos.

Un “pecado” de AMLO es el odio al prójimo, en eso falta a varios de los Diez Mandamientos. Yo le aplico a él la misma pregunta que a Trump: ¿cómo puede ser un buen gobernante alguien que es un “pecador”, es decir, que infringe los pilares fundamentales de sus convicciones religiosas?

Algo está fallando terriblemente en la escena pública. Bajo los reflectores, los gobernantes se comportan de una manera; en privado, de otra muy distinta. Vicios privados, virtudes públicas. A lo mejor ni la fe del creyente es tan fuerte en ellos ni la ética es tan sólida en el gobernante. Total: puro cuento.

Hay un lugar en el octavo círculo del infierno de Dante para los hipócritas: “ellos marchan eternamente llevando pesadas capuchas y capas de plomo por dentro y oro por fuera”. Aterrador lo que les espera.