El ejercicio del poder desgasta. Sobre todo si se conduce un gobierno titubeante y de escasos resultados. Por eso cuando llega el tiempo de rendir cuentas los gobernantes tratan de convencernos que ha cumplido a cabalidad.
Los informes de gobierno son un ejercicio de rendición de cuentas en el que el presidente de la república, los gobernadores y los alcaldes comparecen ante el poder legislativo o los cabildos para dar cuenta del estado que guarda la administración pública. Son asimismo un acto de propaganda que busca convencer a la sociedad de que se están dando resultados.
Los que fueron electos están obligados por mandato de ley a ofrecer a la sociedad un informe de resultados cada año. Con gran pompa y ruido mediático realizan sofisticados rituales para comunicar lo que han logrado, lo que falta por hacer y hacia dónde se deben encaminar los pasos.
Quién informa busca legitimarse en su puesto y al mismo tiempo convencer que es un campeón de las causas sociales. Nuestros políticos saben que un poder que no se legitima, se agota. Por eso en tiempos de informes se realiza un gran despliegue de propaganda que tiene como propósito imponer la verdad del que manda. Nos saturan con miles de spots creyendo que una mentira repetida mil veces se convierte en verdad. El gobierno gasta millones de pesos de nuestros impuestos en propaganda para que los medios de comunicación siembren la verdad del gobernante como la única verdad.
Esto explica en parte lo que hizo el gobernador Juan Manuel Carreras el pasado jueves 20 de septiembre cuando presentó su tercer informe de gobierno al Congreso del estado y a la opinión pública. Ese día muy temprano acudió a la sede del poder legislativo para entregar su informe tal y como lo mandata la Constitución de nuestro estado. Posteriormente se trasladó al Centro de Convenciones para encabezar un “evento ciudadano” donde reforzó su mensaje de rendición de cuentas. Éste segundo ceremonial se realizó a la vieja usanza donde el culto a la personalidad fue lo que dominó. Ahí Juan Manuel Carreras fue la estrella luminosa y su discurso lanzó una catarata de palabras que anunciaron un presente y un futuro prometedor.
El contenido del mensaje que nos entregó el gobernador admite varias lecturas. Unas a favor y otras en contra. El mandatario tiene partidarios y también detractores. Sus incondicionales están convencidos de que es un buen gobernante y que está dando resultados. Sus malquerientes cuestionan su desempeño.
Para el segmento más crítico de la sociedad el bono democrático que recibió Juan Manuel Carreras en los comicios del 7 de junio de 2015 está agotado. Luego de tres años, el titular del poder Ejecutivo ha perdido fuerza y aprobación ciudadana. Carreras está siendo cuestionado por diversos sectores de la sociedad por su errático desempeño. Su gobierno ha exhibido limitaciones y vicios. Se ha desgastado.
Cierto que en materia de desarrollo económico e inversión productiva ha habido un avance espectacular. Carreras cosecha hoy los frutos maduros de las exitosas gestiones que en materia de desarrollo económico y promoción industrial realizaron Marcelo de los Santos y Fernando Toranzo. Pero en otros temas como seguridad pública, combate a la corrupción, rendición de cuentas, reducción de la pobreza, calidad del gobierno, gobernabilidad democrática, desarrollo regional, erradicación de la impunidad y calidad de la obra pública los resultados son pobres.
Fue notorio que en su mensaje al pueblo potosino el gobernador Carreras no ejerció la autocrítica. Apenas un pálido pronunciamiento en el que reconoció que en materia de seguridad los “malos” están ganado la batalla. Con aflicción, reconoció también que hay mucha pobreza en el estado. Pero fuera de esto todo lo demás fueron cuentas alegres, ¡San Luis va bien!...y juntos ¡vamos por más!
La autocomplacencia dominó el discurso del gobernador. Los temas polémicos fueron maquillados, minimizados o de plano ignorados. Los altos índices de criminalidad, el peligroso arraigo del crimen organizado en nuestro estado, la incompetencia de la Procuraduría de Justicia del estado, los inacabables feminicidios y la fallida alerta de género, las altas tasas de impunidad, los casos de corrupción tolerados, la malograda implementación del nuevo sistema de justicia penal, la insolvencia económica para enfrentar el déficit en los fondos de pensiones de los trabajadores del gobierno, el abandono del campo, la precaria trasparencia, los episodios de ingobernabilidad por titubeos o mala operación política, la aplazada solución de los problemas de movilidad urbana, la ausencia de un firme posicionamiento en contra de la operación del fracking en la huasteca y la excesiva tolerancia con el ineficiente desempeño de muchos de sus colaboradores, entre otras cuestiones, dan cuenta de un Tercer Informe engañador.
Si nos atenemos a los datos del informe resulta que vivimos en el país de las maravillas.
Sin embargo nuestra realidad cotidiana es muy diferente a la descrita en la narrativa oficial que nos habla de la existencia de un estado de plenitud en el que se goza de armonía y prosperidad.
Ahora lo que sigue es que en los próximos días los diputados y diputadas de la embrionaria legislatura realicen un reflexivo y profundo análisis del Tercer Informe de gobierno (la famosa Glosa). Y que llamen a comparecer a los distintos funcionarios para que rindan cuentas ante ese poder soberano.
Deberá ser un examen objetivo pero cargado de una mirada crítica, distante de actitudes cortesanas o cómplices. Si encuentran algo irregular, obscuro o violatorio de la ley deben denunciarlo, alzar la voz y demandar castigo para quién o quienes hayan cometido la falta.
Los diputados y diputadas de la 62 legislatura tendrán que aplicarse a estudiar a fondo el informe que se les han entregado y ejercer su función de vigilancia y control sobre la actuación de Poder Ejecutivo. Deben ponerlo todo bajo sospecha. Dudar y preguntar lo que sea necesario.
Será otra buena oportunidad para que convenzan a la sociedad de que no son comparsas del gobernador. Con ello darán vida a un verdadero equilibrio de poderes.