- Hay hombres de izquierda que, al recibir la primera quincena como funcionarios, abandonan la lucha social: esos son los impresentables.

Por Rogelio Ríos
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Los aficionados más viejos al fútbol recuerdan todavía con nostalgia la época en que los jugadores duraban casi toda su vida deportiva jugando con la camiseta de un mismo equipo. Edson Arantes do Nascimento, el “Rey Pelé”, es el ejemplo clásico de ese jugador leal a su equipo y afición.

De manera similar, los espectadores más viejos de la escena política recuerdan con la misma nostalgia la época en que los políticos portaban una misma camiseta durante su vida profesional, salvo raras excepciones que eran vistas con mucho escepticismo. Desde la tribuna cívica, los votantes sabían que, ganaran o perdieran, fulanito era de izquierda, menganito de derecha y zutanito del centro, y tenían la certeza de que siempre sería así.

Esos días quedaron en el pasado. Ni los futbolistas son fieles a sus equipos que los vieron crecer ni los políticos son leales a los colores y convicciones partidistas que les dieron identidad y formación. Todos son, como se dice ahora, “agentes libres” o lo que en inglés se conocen como “guns for hire” (pistoleros a sueldo). Es el signo de los tiempos.

¿Por qué vemos ahora a los antiguos opositores de izquierda en las filas del partido oficialista Morena? ¿Cómo explicar la intensa migración (de alguna forma hay que llamarla) de militantes del PRI, PAN, Partido Verde, PT, Movimiento Ciudadano a Morena en 2018? ¿Qué pasará en 2024?

Peor aún, ¿cómo pretenden esos políticos saltimbanquis que los ciudadanos tengamos un marco de referencia sólido para ubicar a cada uno de ellos en su justa medida?

Pablo Gómez, por ejemplo, feroz opositor durante su paso por partidos socialistas, ideólogo de una izquierda extrema que abominaba del capitalismo y el autoritarismo, ahora es, desde su elevada posición en el gobierno y en el partido oficialista, un feroz perseguidor de la oposición.

¡Manuel Bartlett!, por Dios, antiguo militante y funcionario tricolor que lleva tatuadas las siglas, actitudes y vicios del PRI, ahora es aliado político cercano del presidente López Obrador y pilar de la comunidad morenista. Yo que lo vi hacer sus trucos mágicos durante la elección de 1988 con mis ojos de veinteañero no doy crédito a su transformación política.

Los casos de Gómez y Bartlett son apenas dos ejemplos, de entre muchos, de lo que me parece uno de los peores defectos de la política de hoy en México: las lealtades y convicciones no son firmes e imperturbables, sino flexibles y negociables: “guns for hire”.

Me imagino que esos dos personajes no tienen cargos de conciencia al mirar a los ojos a sus descendientes, mucho menos sienten que le deben explicaciones a la ciudadanía sobre el zigzag de sus carreras públicas: de oprimidos a opresores en un santiamén.

La diferencia entre futbolistas y políticos es que los primeros cambian de camiseta por dinero a la vista de todos, exhiben contratos millonarios de muchas cifras que asombran al público.

Los políticos alegan que cambian de siglas por lealtad y convicción, aunque todos sabemos que por lo bajo (sotto voce, dicen los italianos), puede haber contratos y prebendas millonarias que ayuden un poco a impulsar sus nuevas lealtades y a borrar los inoportunos escrúpulos.

Desde las gradas del estadio, como aficionados y ciudadanos seguimos igual de confundidos: Entonces, ¿no iba a ser fulanito jugador Tigre o Rayado toda la vida? ¿No se definía menganito como militante de izquierda, incorruptible luchador social, pero que ahora vive como el burgués que ante aborrecía?

Con lágrimas en los ojos -y una cuba libre en la mano- declaraban los antiguos izquierdistas aquello de Bertolt Brecht de que “hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años y son muy buenos. Pero hay los que luchan toda la vida; esos son los imprescindibles”.

Ahora, hay hombres que, al recibir la primera quincena como funcionarios, abandonan la lucha social: esos son los impresentables.