- ¿Cómo podemos obtener gobernantes maduros?. El primer paso es ser nosotros ciudadanos maduros.

- Tener plena conciencia de lo que podemos o no hacer con nuestros actos.

Por Rogelio Ríos
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Navegando en las páginas del libro “El escritor y sus fantasmas”, del autor argentino Ernesto Sábato, llegué a un pasaje que me impactó particularmente por su referencia a la madurez de los individuos -y las naciones en donde viven- como un ejercicio de reconocimiento honesto de uno mismo.

Sábato, a quien había leído por vez primera en su novela “Sobre héroes y tumbas”, un texto teñido de nociones de desesperanza y sinsentido de la vida en sus personajes, nos dice en “El Escritor y sus fantasmas” lo siguiente:

“Así como la madurez de un hombre comienza cuando advierte sus limitaciones, la de una nación comienza cuando sus conciencias más lúcidas comprenden que las infinitas perfecciones de que, como a la madre, la creían dotada, no son tales y que, como en otras naciones, sus virtudes están inexorablemente unidas a sus taras, taras de las que los seres honestos no pueden sino acusarse y avergonzarse”.

Escrito en el contexto de la sociedad argentina, su búsqueda eterna de identidad cultural propia, su filia europeizarte, la reivindicación extrema de lo autóctono y lo que Sábato llama un complejo de inferioridad de los argentinos, la validez de sus palabras es universal.

Quizá me pareció, de golpe, que México ha transitado, sin llegar a una conclusión feliz, por los mismos dilemas existenciales de sus “mentes más lúcidas” y de sus sociedades desde el inicio de su vida independiente que Sábato señala en los argentinos.

¿Qué es lo mexicano? ¿Cuál es la diferencia con lo español y lo indígena? Son preguntas punzantes, detrás de las cuales se dejan ver complejos de todo tipo en nuestra vida pública y artística.

Lo que quiero destacar, sin embargo, es algo más específico: la incapacidad de los hombres del poder en México de reconocer sus limitaciones.

La noción infatuada de su propia grandeza y de su posición de superioridad respecto al resto de la población, les impide a los gobernantes (prácticamente en todos los niveles) reconocer sus límites y taras, aunque la dura realidad se estrelle en sus narices.

Frente a la evidencia de los hechos y datos, recurren a la realidad alterna, a la distorsión de las cifras, a la invención de los hechos. La frase “yo tengo otros datos”, utilizada con mucha frecuencia por el presidente López Obrador, es el ejemplo máximo de la incapacidad de reconocer errores propios, de advertir incapacidades y, finalmente, de aceptar la ayuda de otros.

Me duele pensar que si la madurez es el reconocimiento de las limitaciones, entonces, sería la inmadurez la incapacidad de percibir las taras o límites.

Por tanto, nos enfrentamos a una situación crucial en México: ¿Cómo puede una clase política inmadura y ciega a la realidad dirigir a un país y a su pueblo hacia una mejor calidad de vida y buen gobierno? ¿Qué se puede construir en lo económico y lo cultural cuando los cimientos son incapaces de sostener nada?

En este momento, empezando apenas el año 2023, dejo estas preguntas abiertas, sin respuesta y como tema de reflexión.

Lo siguiente es preguntarnos: ¿Cómo podemos obtener gobernantes maduros? El primer paso es ser nosotros mismos ciudadanos maduros y tener plena conciencia de lo que podemos o no hacer con nuestros actos, entre ellos, muy importante, el acto de votar en las elecciones y exigir, después de cada ciclo electoral, una estricta rendición de cuentas a los gobernantes.