- Es un día de paz y regresos, de nostalgias por los ausentes, de anhelar un mundo mejor.

- Es un día para perdonar. ¡Cuánto de esos sentimientos nos falta hoy en México!.

Por Rogelio Ríos
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La riqueza que nos llega de los intercambios culturales entre Estados Unidos y México la ejemplifico siempre con la magnífica oportunidad de celebrar, cada noviembre, el Día de Acción de Gracias desde México y pensando en la familia y amigos estadounidenses. El jueves 24 de Noviembre fue la celebración.

Es la gran fecha de reunión familiar para la sociedad norteamericana. Tengo amigos americanos que me han dicho que el Thanksgiving es, por sobre la Navidad, la mejor ocasión para verse entre padres, hijos y familia en general. En ese día, hacen los viajes largos (“coast to coast”, dicen ellos) y dedican tiempo y esfuerzo para llegar a la ansiada mesa de reunión familiar; hay hermanos que sólo se ven en esta cena.

Será la costumbre cada vez más arraigada de vivir solos o apartados del hogar materno; quizá el afán de autonomía y distancia que los hijos, desde temprana edad, quieren tomar frente a sus padres. No lo sé bien, pero por alguna razón el Día del Pavo es el imán más poderoso -el único- para juntar a las familias que el resto del año viven dispersas.

Por una especie de inercia cariñosa, aquí en casa en Monterrey celebramos en esta ocasión con una cena la Acción de Gracias. Digo inercia porque acostumbrábamos, cuando nuestras hijas estaban pequeñas, pasar cada Thanksgiving Day con familiares y amigos en San Antonio, Texas, para convivir con ellos y, al día siguiente, sumarnos al asalto a las tiendas en el Black Friday.

Nos tocó la época anterior a las ofertas en línea, así que Paty se lanzaba de madrugada a hacer fila de espera en las puertas del Mall o de las tiendas para entrar junto con la primera oleada de compradores. Eran unas verdaderas cargas de caballería, como las del General Custer en las películas de vaqueros, y no faltaban pleitos y discusiones entre los clientes por arrebatarse una televisión o cualquier otra cosa en oferta.

Antes, durante la cena en casa de Emma y junto con sus hijos y sus familias, yo percibía ese sentimiento fraterno entre quienes regularmente se veían muy poco o nunca, aunque estuvieran en la misma ciudad. La figura matriarcal de Emma, su semblante sereno y sonriente, era el puente que ella tendía a su familia y amigos para no dejar que la flama amorosa se apagara.

Así, entre oraciones, bromas, abundante y rica comida y sin faltar el tradicional juego de los Cowboys de Dallas en la televisión, se dibujaba ante mis ojos el cuadro de la familia americana en su esencia pura: dispersa pero reunida, independiente pero apegada, distante pero cercana. No son hispanos, negros, blancos o asiáticos; en este día, son norteamericanos.

Ahora que vamos con menos frecuencia a San Antonio, que las hijas ya crecieron y no siempre viajan con nosotros, hemos pasado en los últimos años el Día del Pavo en casa, en Monterrey, pero no dejamos de unirnos a la celebración con una cena familiar.

Con nuestro Thanksgiving Day regio, rendimos un pequeño homenaje a una gran tradición norteamericana que alienta a reunirse y perdonarse entre padres e hijos, entre hermanos y con los amigos que se distanciaron.

En una época poblada de “guerras culturales” y “choques de civilizaciones”, como plantean algunos especialistas, yo prefiero poner el énfasis en el Día de Acción de Gracias que los estadounidenses regalan al mundo. Es un día de paz y regresos, de nostalgias por los ausentes, de anhelar un mundo mejor. Es un día para perdonar.

¡Cuánto de esos sentimientos nos falta hoy en México! Por eso digo: Gracias, amigos gringos, por la Acción de Gracias.