- Al estar en Culiacán, se te olvida la leyenda negra y descubres una ciudad hospitalaria. Te atrapa por la buena.

Por Rogelio Ríos
Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.

Van 10 retratos de la tierra culiche:

1) Al bajar del avión a media tarde, el golpe de calorcito sabroso nos recibió a Paty y a mí en la cara, intenso, a lo largo de la caminata desde la escalera de la aeronave hasta entrar al edificio. Gritos de saludos entre amigos, familias, gente pidiendo un taxi, conversaciones animadas por todos lados, risas y palabrotas, ruido y bulla que hacen los sinaloenses como un coro de ángeles con sombrero y tambora, incluyendo a los plebitos.

2) Conversar, escuchar y dejar hablar lo hacen los sinaloenses de manera natural, como un reflejo muscular o algo así: no lo pueden evitar, fluye sin que se den cuenta. En el Uber, con los meseros de restaurantes, el botones del hotel, y la animada plática de Paty con la mucama que cambia las sábanas de la habitación en el Hotel San Marcos.

3) Maestros y alumnos de la Universidad Autónoma de Sinaloa escuchan la plática que fui a dar al Colegio de Sinaloa sobre México y los desafíos del siglo 21, política exterior y otros temas. Son todos de la Facultad de Estudios Internacionales y Políticas Públicas, chavos inquietos que tardan en participar con sus comentarios, pero una vez que empiezan se siguen de largo. Buenos comentarios y preguntas, justo lo que todo conferencista busca.

4) Por las noches, después del trabajo, nos salíamos Paty y yo a explorar restaurantes para cenar mariscos del Pacífico y el Mar de Cortés, ¡qué barbaridad de mariscos y buenas recetas! Cervezas y cócteles para la buena digestión, la salsa de crema de cacahuates de los camarones casi nos la terminamos con los dedos, de rechupete. Podríamos cambiar la dieta no a veganos, sino a “mariscanos”. Regresamos a Monterrey con varios kilos de más.

5) A la salida de Catedral, en el centro, pegado al jardín aledaño, un muro de cartón piedra alberga muchas fotos de hombres y mujeres, jóvenes y viejos, buscados como desaparecidos. Los buscan organizaciones como Sabuesos Guerreras y Rastreadoras de Mazatlán. Buscan a Iván, a Eleazar “el Rayito”, a Jesús Guadalupe, María Fernanda y Omar, entre muchos más. En las fotos proporcionadas por familiares, casi todos sonríen a la cámara, no tenían miedo, estaban en su tierra, ¿qué les podía a pasar? “Perdón por no haberte abrazado más fuerte, pensé que te volvería a ver”, reza un cartelito. Nos rompe el alma.

6) A un par de cuadras, sobre la calle Flores, al bajar por una cuadra entre barecitos, antros y restaurantes hasta una esquina y sobre el muro de una casa que da a un terreno baldío usado como estacionamiento, un mural de Javier Valdez (periodista asesinado en 2017), pintado con su sombrero puesto, nos recuerda una frase en su memoria: “Aquí nadie olvida”.

7) Una visita relámpago a la Casa del Maquío, pero estaba cerrada por remodelaciones. No nos fuimos sin tomarnos la foto junto al mural del Maquío Clouthier.

😎 Pregunto constantemente con quien pueda, académicos y conductores de Uber, sobre cómo les fue con el “Culiacanazo”. Hablan de eso como quien fue a la guerra y regresó para contarlo. Culiacán se paralizó, la ciudad estaba vacía.

Estuvieras donde estuvieras, tuviste que quedarte ahí durante horas hasta que se calmara todo y cesaran los balazos, me dijeron.

Muestro en mi plática en la UAS una foto de la película Mad Max para ilustrar una posible futuro catastrófico para México en 2050 y un estudiante la pescó al vuelo: “Eso fue Culiacán en 2019, maestro”, ¡cañón!

9) Hay estudiantes, me platica el maestro Carlos, que vienen a clases todos los días desde Navolato, media hora de trayecto en carretera, en autobús. Esas son ganas de estudiar, le respondo. Vaya que lo son.

10) Culiacán te hace sentir como en casa nada más llegando, no te da tregua. Venga, parece decirte, tome unas cervezas y coma los mejores mariscos después de su trabajo. Platique con quien usted quiera, aunque al principio el fuerte acento le impida comprender varias palabras.

Lea las novelas de Elmer Mendoza (“El asesino solitario”, buenísima) y llegará al fondo de personajes literarios tan reales como el sol que al mediodía achicharra al turista despistado. Sí, Culiacán te atrapa, plebes.