- Ni balazos, ni abrazos son suficientes para combatir al crimen organizado.
Por Juan Palacios
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Ahora que se debate la militarización de la sociedad, habría que analizar si realmente la solución policial, la que se trata de enfrentar con la fuerza a quienes delinquen, principalmente en el negocio de las drogas y las actividades ilícitas a que se dedican además los grupos de la delincuencia organizada, o si existe otro tipo de solución que sea menos onerosa en términos de vidas humanas.
Si bien el gobierno actual a simplificado su actuación a una frase sonora, “abrazos, no balazos”, en realidad está, vagamente hemos de decirlo, apostando a que el tejido social resista ante la embestida de las fuerzas del crimen organizado, de ahí los programas de becas y apoyos a niños y jóvenes, con los cuales desean mantener a estos fuera de las tentaciones que presenta el mundo criminal.
No es una receta nueva, ya desde los tiempos de Felipe Calderón en la presidencia se hablaba de “reconstruir el tejido social” y se apostaba por labores preventivas enfocadas, principalmente, a los más pobres. Ello sin tomar en cuenta de que al hacer esto se criminaliza la pobreza, es decir, se da por descontado que ser pobre es estar en posibilidades de “caer en la tentación de delinquir”. Esto no está demostrado de ninguna forma y, además, existen un sinnúmero de contraejemplos que nos dicen que en las altas esferas también se da el apoyo a las actividades delictivas, por ejemplo con el lavado de dinero.
Una digresión pertinente: ¿si ser pobre es una precondición para delinquir, por qué no hay millones de delincuentes en el país, tantos como el número de pobres o, por lo menos, el mismo número de aquellos que viven en pobreza extrema?
Pero volvamos al tema y digamos que la militarización de la sociedad es tema hoy, porque ante la ausencia de policías locales que puedan hacer frente al crimen organizado, se ha echado mano de las Fuerzas Armadas para suplir esa falla. De hecho, nos guste o no, si en este momento el Ejército y la Marina se retiraran a los cuarteles, difícilmente las policías locales podrían resistir el embate del crimen organizado. Creo que eso es indiscutible.
Pero dada la magnitud de lo que está sucediendo en el país, no podemos pensar, ni en lo personal quiero hacerlo, que esto debe ser tomado como la nueva normalidad, como algo que debemos dar por sentado y aprender a vivir con ello.
Considero que debería buscarse una estrategia que en conjunto ataque los distintos elementos que hoy componen las fuerzas del crimen organizado y lo reduzcan a la mínima expresión posible, ya que, por otra parte, no creo que exista una sola sociedad en la cual todo tipo de conducta antisocial o criminal sea erradicada totalmente.
Sí, combatir a los criminales en las calles, pero también en la cultura, en las finanzas, en su base social. En fin, como se dice hoy, con un trabajo “transversal”.
De otro modo, esperemos que nuestros nietos o bisnietos alcancen a ver una sociedad menos violenta que en la que hoy nos toca vivir.