“Se dice que en el Edén, debajo del Árbol del Bien y del Mal, floreció un arbusto de rosas. Allí, junto a la primera rosa, nació un pájaro, de bello plumaje y canto incomparable cuyas convicciones lo convirtieron en el único ser que se negó a probar las frutas del Árbol  Prohibido.

Cuando Adán y Eva fueron expulsados del Paraíso, cayó sobre el nido una chispa de la espada de fuego de un Querubín y el pájaro ardió en llamas.

Pero de las propias llamaradas, surgió una nueva ave, el Fénix, con un plumaje inigualable, alas de color escarlata y cuerpo dorado. La inmortalidad fue el premio por su fidelidad al mandato divino. Por ello el Ave Fénix nunca morirá, siempre podrá renacer de sus cenizas”.

Cuando el PRI vivió su época de oro como partido casi único (1929 -1976), cuando parecía inmortal, cuando muchos priistas presumían que había PRI para rato y que su dominio duraría quinientos años como el Imperio Romano, parecía que la profecía se cumplía en cada elección.

Pero "el poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente". Y fue así que el PRI fue desgastándose por los usos y abusos que cometía. Y a diferencia de la inmortalidad que recibió como premio el Ave Fénix por su fidelidad a los principios, el tricolor fue expulsado del paraíso terrenal llamado poder presidencial por traicionar sus compromisos con el pueblo. Ya se sabe: “El poder es tan difícil de ejercer y tan fácil de perder”.

El Revolucionario Institucional fue echado de Los Pinos por primera vez en el año dos mil por Vicente Fox, un deslenguado populista que supo aprovechar el hartazgo que había hacia el aparentemente invencible partido fundado en 1929.

Se dio entonces la primera alternancia en el poder presidencial. Luego vino el desencanto por el cambio que nunca llegó en los  gobiernos de Fox y Felipe Calderón. Ante el derrumbe del PAN como alternativa de gobierno, el PRI, como fiera al asecho, aprovecho para venderse como alternativa de probada experiencia, la de un partido que si sabía cómo gobernar. Y recibió una segunda oportunidad en 2012.  Ese año Enrique Peña Nieto ganó la elección presidencial.

Pero, ¡oh! desilusión. El retorno del PRI fue un viraje al pasado. Los peores vicios resucitaron: Corrupción, impunidad, ineficiencia, abuso del poder.

El Partido Revolucionario Institucional no supo aprovechar la segunda oportunidad que le dieron los ciudadanos para comprobar que había cambiado. No leyó los cambios que se habían instalado en la sociedad. Tampoco tomó en serio el nivel de resentimiento social que iba creciendo provocado por su recaída en las peores prácticas políticas y de gobierno. Subestimo el poder transformador y punitivo del voto y hoy nuevamente ha sido desterrado del poder.

Luego de la catástrofe muchas voces priistas llaman al arrepentimiento y la renovación. Convocan a reconocer errores y a iniciar un periodo de reflexión y autocrítica para encontrar la redención y el perdón de los ciudadanos. Se preguntan afligidos: ¿Por qué hemos llegado hasta aquí?,  ¿qué hicimos mal? ¿Cómo construir a  partir de ahora un partido que luche por un poder que sirva a la gente y deje de ser un partido que sirva al poder? Admiten arrepentidos: “nos cerramos, no entendimos los cambios de la sociedad: la sociedad se abrió y nosotros nos cerramos. Hoy nos abrimos a destiempo”.

Ante esta adversa realidad René Juárez Cisneros, hasta hace poco dirigente nacional del PRI, recomendó una transformación del tamaño de la derrota sufrida. “Hay que volver a las bases”, dijo. “Construir - ahora sí, después de ahogado el niño-  un partido donde las cúpulas no decidan. Un PRI que destierre la simulación y atienda la demanda de democratizar sus procesos internos y la toma de decisiones. Un PRI que interprete y entienda la nueva realidad social. Un PRI que requiere  dirigentes, legisladores y servidores públicos de tiempo completo, para que los dirigentes dirijan, los legisladores legislen, los administradores administren y los gobernantes gobiernen”.

Ante esta homilía surgen inevitables dudas. ¿Tiene remedio el PRI? ¿Realmente quiere cambiar? ¿Dónde están y quienes son los nuevos demócratas y reformadores que se necesitan en estas horas sombrías?

Si el PRI quiere cambiar deberá abrir espacio a la democracia interna, no más dedazos como método de selección de candidatos y dirigentes. El PRI no puede seguir siendo el partido de un solo hombre, llámese presidente de la república, gobernador, dirigentes de partido o de sector. Las decisiones deben surgir de las bases y a través de métodos democráticos. El tricolor deberá replantear su relación con la sociedad y representar y defender intereses populares. Está obligado a desechar el patrimonialismo y el nepotismo. Debe reconocer la carrera de partido y dejar de agraviar a la militancia. Combatir y denunciar a militantes corruptos. Sobre todo a los que ocupan un cargo de elección popular.  En pocas palabras, debe refundarse sobre otras bases éticas e ideológicas.

¿De las cenizas del PRI podrá nacer un Ave Fénix? o, ¿lo que queda de él son solo ruinas destinadas a  ser estudiadas por los arqueólogos de la política?

Lo sabremos en unos cuantos meses.